Proceso histórico de la Biblia
El Canon
La palabra CANON proviene del griego KANON que significa "vara,
caña" y por extensión un instrumento de medida, una regla o norma.
Esta definición o término, se aplica a la lista de libros normativos: el
canon bíblico es el conjunto de los libros que la iglesia ha reconocido como
inspirados por DIOS.
En la actualidad existen dos cánones, pero
de hecho sólo uno de ellos es el verdadero, ya que el Vaticano ha creado (como
muchas cosas más que no están en las Escrituras) los términos "Protocanónicos"
y "Deuterocanónicos" para diferenciar o separar los libros del
canon que aceptan los hebreos.
El término "Protocanónicos", acuñado por Sixto de Siena
que fue un teólogo judío nacido en Italia y convertido posteriormente al
catolicismo, hace referencia a lo que hay en común entre aquellos
escritos del Antiguo Testamento con los que contiene El Tanaj
(Biblia hebrea). Estos son: Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué, Jueces, Ruth, 1
y 2 de Samuel, 1 y 2 de Reyes, 1 y 2 de
Crónicas, Esdras, Nehemías, Ester, Libro de
Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares,
Isaías, Jeremías, Lamentaciones, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías,
Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías y Malaquías.
Es así que este término se ha empleado para describir los escritos conocidos
como "los 27 libros del Nuevo Testamento" aceptados como textos
sagrados por la iglesia primitiva denominado con la palabra griega "Homologoumena",
que significa "confesión indiscutible". El prefijo
"Proto" (prôtos) "primero", se usa también
para denotar superioridad.
El prefijo "Deuto" (δευτο) cuyo significado en griego
es "segundo o inferior". El término "Deuterocanónicos"
(del griego δευτεροκανονικός (déuteros : “segundo”,
“posterior”; y kanonikós: “perteneciente a una regla o canon”,
“canónico”) son los textos y pasajes del Antiguo Testamento considerados
solamente por las iglesias católica romana y ortodoxa como
canónicos que no están incluidos en la Biblia hebrea. Éstos son conocidos
como "Libros Apócrifos". Los libros que compartes ambas
denominaciones son: Libro de Tobías o Tobit; Libro de Judit; Libro de la Sabiduría;
Libro del Eclesiástico, Sirácida o Sirácides; Libro de Baruc incluida
la Carta de Jeremías (Baruc 6); Libro I de los Macabeos; Libro II de los
Macabeos; Las «adiciones griegas» al Libro de Ester (Ester 10:4 al
16:24); Las «adiciones griegas» al Libro de
Daniel, La Oración de Azarías (Daniel 3:24-50), El Himno de
los tres jóvenes (Daniel 3:51-90), La Historia de Susana (Daniel
13), La Historia de Bel y el Dragón (Daniel 14).
Y en la iglesia ortodoxa se usan, además de los arriba mencionados,
los siguientes: La oración de Manasés; 3 Esdras; 4 Esdras (como
apéndice en algunas iglesias eslavas); 3 Macabeos; 4 Macabeos (suele
colocarse en forma de apéndice); Salmo 151; Salmos de Salomón.
La primera persona en emplear el calificativo de "apócrifo" fue
Eusebio Hierónimo, conocido como san Jerónimo de Estridón. Jerónimo fue un
presbítero católico que fundó un monasterio y en ese lugar tradujo la Biblia
del griego y del hebreo al latín. Esta traducción es conocida como la Vulgata
(de vulgata editio, 'edición para el pueblo' ), y publicada en el
siglo IV. Esta obra fue declara durante el Concilio de Trento, realizado en el
año de 1546, como la versión oficial y auténtica de la Biblia para la iglesia
católica latina, hasta la promulgación de la Nova Vulgata de 1979.
El nombre apócrifo se aplica entre los católicos a escritos de carácter
religioso que no fueron inspirados, pero pretenden tener algún origen divino o
fueron considerados como sagrados. La Real Academia Española nos da la
siguiente descripción de la palabra "apócrifo, fa. Del latín tardío -
apocry̆phus, y éste del griego ἀπόκρυφος apókryphos
'oculto'.
1. adj. Falso o fingido. Un conde apócrifo.
2. adj. Dicho de una obra, especialmente literaria: De dudosa autenticidad
en cuanto al contenido o a la atribución. U. t. c. s. m.
3. adj. Dicho de un libro de la Biblia: Que no está aceptado en el canon de
esta. Los evangelios apócrifos. U. t. c. s. m.
El Canon del Antiguo Testamento
El Canon judío de los Libros Sagrados no se conoce
cuándo fue definitivamente cerrado. Algunos consideran este hecho en tiempos de
Esdras y Nehemías, en el siglo V a. C.; para otros en la época de los Macabeos
durante el siglo II a. C.. Lo cierto es que los judíos tenían en el siglo I de
nuestra era una colección de Libros Sagrados, considerados como inspirados por
DIOS. Los documentos literarios que tenían autoridad en el pueblo de Israel se
fueron multiplicando poco a poco.
El libro de la Ley de Moisés (el Pentateuco),
fue guardado al lado del arca del pacto (Dt. 31:24-26), luego Josué, el sucesor de Moisés, adjuntó lo que él
había escrito (Jos. 24:26). El profeta Samuel, por su parte, consignó el derecho de
los reyes en un libro que puso ante el Señor (1 Sam. 10:25). El rey Ezequías
mandó coleccionar las sentencias de Salomón (Prov. 25:1).
Pero es sobre todo, en la época del rey Josías
(640-608 a.C.), cuando se comienza a hacer recurso a la autoridad de un texto
escrito, cuyo carácter de código sagrado parece que había sido reconocido
oficialmente. Antes del reinado Joíasno, consta que la Ley Mosaica haya gozado
de una autoridad "canónica" universalmente reconocida.
Sin embargo, después que el sumo sacerdote Helcías
encontró en el templo del Señor "el libro de la Ley"
como se describe en 2da. de Reyes 22 y 23; en 2da.
Crónicas 34 y 35, las cosas cambiaron
radicalmente.
No se sabe si el libro encontrado ha de ser
identificado con el Pentateuco entero, o más bien solo con Deuteronomio. Pero el
hecho es que a partir de este momento, "el libro de la Ley"
fue considerado como algo muy sagrado y como la colección de la leyes dadas por
DIOS al pueblo de Israel.
En los libros de los Reyes encontramos ya las primeras citas explícitas de
"la ley de Moisés", 1ra Reyes 2:3; 2da.
Reyes 14:16. También encontramos referencia con los profetas
Isaías (Isaías 30:8; 34:16) y
Jeremías (Jeremías 36:2-7; 27-32).
La obra del profeta Jeremías está inspirada
indudablemente es el espíritu de la reforma del rey Josías. Este mismo profeta
cita a profetas anteriores, como referencia leemos en Jeremías 26:18; 14-16
comparando con Miqueas 3:12; Abdías 1:4, lo cual parece indicar que ya existían colecciones de
profecías.
Después del destierro babilónico, tenemos
testimonios escriturísticos importantes, de los cuales podemos deducir que casi
todos los libros protocanónicos estaban ya reunidos en colecciones y eran considerados
como canónicos. Los textos bíblicos de esta época nos dan a conocer tres clases
de Libros Sagrados: la Ley (Torah), los Profetas (Nebi'im) y los Escritos o Hagiógrafa (Ketubim).
El primer testimonio, en este sentido, es el que
encontramos en el libro de Nehemías (8-9). Se narra que Esdras, sacerdote y
escriba, leyó y explicó la Ley de Moisés delante del pueblo, y que después de
escuchar su lectura, el pueblo prometió con juramento observarla, lo cual
parece indicar que reconocían la autoridad canónica del Pentateuco.
El profeta Daniel afirma que "estaba
estudiando en lo libros el número de los setenta años... que dijo JEHOVÁ al
profeta Jeremías (Dan. 9:2; Jer. 25:11; 29:10). Esto demuestra con bastante claridad que en aquel tiempo
ya existía una colección de Libros Sagrados. Para el año 132 a.C., se
afirmaba que ya existía una triple división de las Escrituras: La Ley, Los
Profetas y los otros escritos análogos.
Los hebreos siempre han creído que fue en los
tiempos de Esdras y de Nehemías que se estableció el Canon de la Biblia de los
libros inspirados del Antiguo Testamento. En el siglo I de nuestra era, se nos
da ya claramente el número de los libros sagrados y su triple división: Ley, Profetas y Hagiógrafos.
Sin embargo, en algunos círculos judíos existían
ciertas dudas sobre la canonicidad del Cantares, Proverbios, Ezequías y Ester.
Para unos debían ser excluidos de la colección de los Libros Sagrados y de la
lección pública de la sinagoga; para otros tenían la misma autoridad que los
demás Libros Santos. Esto supone, que por aquel entonces,
habían sido recibidos en el Canon del Antiguo Testamento.
El Nuevo Testamento contiene innumerable citas del
Antiguo Testamento, aunque no nombra explícitamente los libros. Parece que no
se alude a los libros de Rut, Esdras, Nehemías, Ester, Eclesiastés, Cantares y
Abdías, pero es indudable que los autores admitían y usaban los libros
canónicos recibidos por los judíos.
Flavio Josefo en su libro Apión en el capítulo 1
párrafos 7 y 8, compuesto entre los años 97-98 d. C., escribe que los judíos no
tenían millares de libros en desacuerdo y contradicción entre sí, como sucedía
entre los griegos, sino sólo 22, que eran justamente considerados como divinos
y contenían la historia del pasado. Esos 22 libros los distribuye de la
siguiente manera: 5 de Moisés, 13 de los profetas y otros cuatro libros que
contenían himnos de alabanza a Dios y preceptos de vida para los hombres. Este
texto de Josefo Flavio es de gran importancia, aunque no nos de los nombres de
los libros.
Este escrito de Josefo nos indica que en aquel
tiempo ya se encontraba cerrado el canon de los judíos. Este hecho parece que
tuvo lugar, según la tradición rabínica, en la asamblea de Yamnia realizada
hacia el año 100 d.C., después de la destrucción de Jerusalén, los judíos
doctos se consagraron con gran ahínco a conservar lo que aún subsistía del
pasado, en modo especial las Sagradas Escrituras.
A partir de la asamblea de Yamnia, quedó fijado
definitivamente el canon ya admitido desde hacía siglos antes. Son bastantes
los autores antiguos que atribuyen el canon de 24 libros del Antiguo Testamento
a Esdras, motivo por el cual se le suele llamar Canon Esdrino.
Esta opinión fue de nuevo resucitada en el siglo
XVI por un judío de nombre Elías Levita (1549), el cual afirmó que Esdras había
sido ayudado en su labor por los “miembros de la Gran Sinagoga”. A este Elías
Levita le siguieron muchos protestantes y católicos, de tal forma que se
convirtió en la opinión común hasta nuestros días. Para los protestantes,
Esdras había cerrado de modo definitivo el canon, de tal manera que en lo
futuro no se permitió añadir más libros. Para los católicos, en cambio, la
compilación canónica de Esdras no había sido definitiva, razón por la cual los
judíos alejandrinos pudieron añadir más tarde los libros deuterocanónicos.
Josefo Flavio atribuye la formación del canon al
tiempo de Artajerjes I Longímano (465-425 a.C.), es decir durante el periodo en
que tuvo lugar la actividad religiosa de Esdras y de Nehemías. Los judíos
palestinenses admitían, en tiempos de CRISTO, todos los libros Protocanónicos
como sagrados. Esto parece estar fuera de duda. Durante el tiempo de nuestro
Señor JESUCRISTO existía ciertamente entre los judíos, una colección de Libros
Sagrados del Antiguo Testamento a la que se atribuía la máxima autoridad
normativa. JESUCRISTO y los apóstoles recibieron también esta colección de
libros con suma reverencia y la aprobaron, considerándola como sagrada y
normativa.
Lo anterior se deduce por la manera de proceder de
CRISTO y de sus discípulos. Con frecuencia recurren al testimonio de las
Sagradas Escrituras considerándolas como la palabra de Dios. La colección de
Libros Sagrados aceptada por nuestro Señor JESUCRISTO contenía, sin duda
alguna, todos los libros Protocanónicos admitidos en ese entonces por los
judíos. Entre éstos hay que incluir también 7 libros Protocanónicos: Rut,
Esdras, Nehemías, Esther, Eclesiastés, Cantares, Abdías y Nahúm, que no son
citados en ningún lugar del Nuevo Testamento.
Nadie pone en duda que la Iglesia primitiva haya
recibido todos estos libros Protocanónicos del Antiguo Testamento, como libros
canónicos e inspirados siguiendo el ejemplo de JESUCRISTO y de los apóstoles.
El Canon del Nuevo Testamento
Los cristianos del siglo I circularon
documentos ya fuera escritos por los apóstoles o aprobados por ellos, que
contenían una explicación autorizada de los relatos concernientes a la vida y a
las enseñanzas de JESÚS.
Estos documentos muchas veces se citaban
mutuamente y presentaban el mismo mensaje del Evangelio desde perspectivas
distintas y en estilos distintos. La actividad literaria de los autores del
Nuevo Testamento se extiende por un periodo de unos 60 años, entre el 40 al 100
d.C. Cientos de otros documentos se escribieron y se circularon, pero la
Iglesia rechazó rápidamente los documentos ilegítimos y estableció la autoridad
de los que eran genuinos.
Algunas cartas se perdieron, como la carta a
Laodicea mencionada en la carta a los Colosenses 4:16. Para ganar el
reconocimiento canónico, el libro debía pasar 2 pruebas básicas: Primero debía
tener un historial de "aprobación continúa y amplia entre los
cristianos"; Segundo, se esperaba que demostrara que, o bien había
sido escrito por un apóstol o era específicamente aprobado por ellos.
En el Nuevo Testamento encontramos ya ciertos
indicios que parecen demostrar que se atribuía a los escritos de los apóstoles
una autoridad divina. En la 1 Timoteo 5:18 tenemos el primer ejemplo donde
se citan las palabras de JESÚS como Escritura Sagrada. Otro ejemplo más lo
encontramos en la epístola de 2 Pedro 3:15-16 donde se atribuye la misma
autoridad a las epístolas de Pablo que a los escritos proféticos.
En los primeros siglos de la Iglesia aún no se
había determinado cuáles o qué libros formarían el Canon de la Biblia. Había
mucha variedad entre lo que se creía era inspirado. En algunas ciudades del
Medio Oriente rechazaban la carta a los Hebreos. Además, en ese tiempo
abundaban muchos escritos falsos.
Como ejemplo, en Antioquía, en el año 200 d.C., se
utilizaba el llamado “Evangelio de Pedro”, considerado actualmente uno de los
evangelios apócrifos. Enemigos de la Iglesia trataron de sembrar confusión e introducir
herejías a través de evangelios y epístolas falsas, como el “Evangelio de
Tomás” promovido por los gnósticos, el “Evangelio de María Magdalena”,
o cartas de Pablo no es no es escritas verdaderamente por él.
Tres fueron las causas principales que aceleraron
la formación del canon del Nuevo Testamento: primera fue por la difusión de
muchos libros y textos apócrifos que eran rechazados por la Iglesia a causa de
las doctrinas peligrosas que contenían; segundo la herejía de Marción que seguía
un canon propio rechazaba todo el Antiguo Testamento y del Nuevo sólo admitía
el Evangelio de San Lucas y 10 epístolas de san Pablo; tercero, se estaba
filtrando la herejía de los montañistas, que añadía nuevos libros al canon de
la Iglesia y afirmaba que había recibido nuevas revelaciones del Espíritu
Santo.
Un hombre llamado Tazio, trató de unir los
distintos evangelios en uno solo, quitando lo que él consideraba que estaba
repetido en ellos, pero no fue una idea acertada por aceptada por muchos. Todas
estas cosas urgieron la determinación del canon del Nuevo Testamento. Hacia
fines del siglo II la colección del Nuevo Testamento era casi la misma en las
iglesias de Oriente y de Occidente.
La primera lista de libros compilados (un primer
intento de decidir el Canon) es conocida como la “Lista Muratoriana”
(170-180 d.C.), la cual contenía los cuatro Evangelios, el Apocalipsis de Juan
y las 13 cartas de Pablo, pero omitía la epístola a los Hebreos y las epístolas
de Pedro.
Durante el periodo de 140 a 220 d.C., había dudas
sobre la carta a Hebreos, Santiago, 2 Pedro, y 2 Juan y 3 Juan, así como el
libro del Apocalipsis. Muchos creían en la inspiración de la “Dadiké”
y de “El Pastor” de Hermas. Clemente de Alejandría en Stromata, aceptó
como escritura inspirada la “Carta a Bernabé” y “El Pastor” de Hermas, incluso
citó “El Apocalipsis de Pedro” como si fuera escritura.
Según orígenes, se discutía Hebreos, Santiago, 2
Pedro 2 y 3 de Juan así como Judas, en el periodo que abarcó de 220 a 400 d.C.
Serapión (obispo de Antioquía, 190 d.C.) prohibió a la jurisdicción leer el
Evangelio de Pedro, sin embargo, la gente seguía apreciando este libro.
Hacia fines del siglo III, salieron otras listas
diferentes. Por ejemplo la de Mileto, la del obispo de Sardis, la de Irineo
obispo de Lyon. Hare II, no reconoció la carta a Filemón, tampoco Eusebio
obispo de Cesárea. Por su parte, en el Oriente, Juan Crisóstomo no dudaba de 2
Pedro, 3 Juan, Judas y Apocalipsis.
En el Concilio Romano, bajo la autoridad del papa
Dámaso (366-384 d.C.), aparece la primera lista de la iglesia católica. El
Concilio de Hipona (393 d.C.), convocado por el Dámaso durante la asamblea de
Roma en 382 d.C., representa la primera confirmación oficial del canon
católico. En adelante, en las actas de los concilios, tanto en las de los
Orientales como en la de los occidentales y en los decretos de los papas
(ejemplo Inocencio I) aparecen los libros del Nuevo Testamento.
En el Concilio de Cartago (397 d.C.), se
ratificaron las decisiones de los concilios anteriores. Aún se necesitó otro
Concilio (Cartago II en 419) para reafirmar el canon, porque todavía había
dudas sobre las cartas de Santiago, Judas y Hebreos. Encontramos la lista de
los 46 libros del Antiguo Testamento (Biblia católica) en el Decreto Número 36
de este concilio.
Los
cristianos evangélicos no aceptamos las decisiones de los católicos en cuanto
al canon del Nuevo Testamento, ya que como vimos, el canon del Nuevo Testamento
se encontraba formado durante el siglo II, sólo que la Iglesia católica romana
normalizó los libros del Nuevo Testamento (aunque el canon del Nuevo Testamento
fue confirmado oficialmente en su forma presente y al final por el Tercer
Concilio de Cartago en el año 397).
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